miércoles, 6 de octubre de 2010

NO DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MÍ

Nos encontramos en junio, un mes después de que me entregaran el coche. Hacía un día espectacular, y mi tía había invitado a toda la familia a comer al chalet que tiene en el Hondo del Xorret de Catí. Estábamos todos: tíos, padres, hijos, primos, nietos, sobrinos, hermanos… así, hasta un total de 34 personas.
Aquel día decidí llevarme mi propio vehículo por dos motivos: primero, enseñar a mi familia mi nuevo y flamante coche y, segundo, volverme antes a la ciudad, ya que esos eventos se alargan hasta el anochecer y me negaba a estar allí más tiempo del necesario.
La comida resultó de lo más normal: los adultos nos hinchábamos a comer en el interior de la casa, mientras que los más pequeños se desfogaban en el exterior. Nada hacía sospechar lo que se estaba fraguando en el jardín…
Aburrida de las conversaciones familiares, decidí salir a que me diera un poco el aire y, de paso, ver qué estaban haciendo los hijos de mis primas. Primero de todo, he de decir que, mis primos-sobrinos, no son lo que podríamos llamar unos niños buenos precisamente; rondaban los 5 años, pero ya mostraban maneras de auténticos demonios.
Al salir a la calle, vi como estos tres “angelitos” estaban jugando en el todoterreno de mis padres. Me acerqué a ellos y les pregunté si les gustaba mi coche, a lo que me respondieron “a tu coche le hemos puesto flores”. En un primer momento, no le di ninguna importancia a la contestación, y es que, en realidad, ni siquiera la había comprendido. Un par de horas después, la entendería perfectamente...

Cuando llegó la hora de irme, me despedí uno a uno de todos los invitados. Me dirigí a mi coche, subí en él y, entonces, divisé la primera flor… atónita, descubrí que los dichosos mocosos se habían dedicado a llenar el capó de arena y restregarla hasta arañarlo completamente. Además, me habían llenado el parabrisas y el techo de flores: ¡habían convertido mi coche en un auténtico macetero! (de ahí las poco oportunas palabras de antes…). Pero lo más doloroso fue descubrir que, a través de las ranuras que llevan todos los Peugeot 206 en el capot, habían echado montones y montones de arena, por lo que el motor parecía una extensión del desierto del Sahara… Entonces, una voz a mis espaldas dijo: ¿has visto qué bonito te lo hemos dejado? En ese momento me cayó la primera lágrima.
La escena no podía ser más surrealista: yo, llorando, cayéndome las lágrimas como puños. Mi pobre tía, que fue la que peor lo pasó, limpiando la arena del motor con un aspirador. Y los padres de las diabólicas criaturas, totalmente ebrios de gin tonics, diciéndome que no le diera tanta importancia al asunto, que no pasaba nada. ¿Qué no pasaba nada? ¿Qué hubiera pasado si en vez de mi coche hubiera sido uno de los vuestros? ¡Por Dios, que hacía tan sólo un mes que estaba en mi poder!

El caso es que mi pobre tía, no pudo hacer más de lo que hizo. Ni siquiera fue capaz de poder reñir a los niños para que vieran que lo que habían hecho estaba mal, ya que no eran sus hijos, y los padres tampoco hicieron nada al respecto. Y todo se quedó ahí, porque los “simpáticos” de los papás ni siquiera se ofrecieron a arreglarme el capot, que había quedado completamente arañado. El destino querría que ese mismo capot fuera sustituido un tiempo después…

Hoy, me he reído recordando aquel episodio, pero aquel día no me hizo ninguna gracia…

FUENTES
http://www.apatita.com/senderos/alicante/sierra_cid/cati_cid.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Peugeot_206
http://img72.imageshack.us/img72/3765/206motor2ws8.jpg

1 comentario:

  1. Dios, es terrible. A mí me pasó algo parecido a lo de las flores con el que va a ser mi coche (lo digo porque aún es de mi padre); pero en vez de con niños, con un perro; y en lugar de flores en el capó, el perro dejó un regalito un pelín más desagradable.

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