Sábado, 28 de mayo de 2005. Cuando me levanté aquella mañana, nada me hacía sospechar que esa misma tarde volveríamos a nacer mi amiga y yo. He contado cientos de veces la historia de nuestro accidente, pero nunca había tenido que escribirla hasta hoy.
Aquel día, había quedado con Sheyla para ir de compras al L´Aljub, en Elche. La recogí en su casa, y emprendimos el camino hacia el centro comercial ilicitano.
Decidí tomar la carretera de Aspe, porque la autovía del camino de Castilla aún no estaba terminada. A la altura del motel Mayordomo, un Mercedes plateado con matrícula británica nos iba a estropear la tarde: al girar la curva, vi como un coche se paraba en mitad de la calzada e indicaba, mediante los intermitentes, su intención de girar a la izquierda. Al haberlo visto yo, di por hecho que él también me había visto a mí. Me equivoqué. Cuando llegamos a su altura, y aunque estaba totalmente prohibido realizar esa maniobra, el vehículo giró a la izquierda, empotrándose contra nosotras. El impacto fue tal, que mi coche fue desplazado unos metros de su trayectoria. De aquel momento, solo recuerdo a mi amiga gritando mi nombre y el ruido atronador del golpe. Fue como chocar contra un muro de contención. Y es que, mi pobre coche frenó contra un turismo que pesaba 3.500 kilos…
Cuando todo se tranquilizó, y pude reaccionar, lo primero que hice fue preguntarle a Sheyla si estaba bien. Me dijo que sí. El motor empezaba a echar humo como una locomotora, así que sólo atiné a quitar las llaves del contacto y gritarle a mi amiga que saliera del coche. Y es que las películas de acción han hecho mucho daño…
Aquel día, había quedado con Sheyla para ir de compras al L´Aljub, en Elche. La recogí en su casa, y emprendimos el camino hacia el centro comercial ilicitano.
Decidí tomar la carretera de Aspe, porque la autovía del camino de Castilla aún no estaba terminada. A la altura del motel Mayordomo, un Mercedes plateado con matrícula británica nos iba a estropear la tarde: al girar la curva, vi como un coche se paraba en mitad de la calzada e indicaba, mediante los intermitentes, su intención de girar a la izquierda. Al haberlo visto yo, di por hecho que él también me había visto a mí. Me equivoqué. Cuando llegamos a su altura, y aunque estaba totalmente prohibido realizar esa maniobra, el vehículo giró a la izquierda, empotrándose contra nosotras. El impacto fue tal, que mi coche fue desplazado unos metros de su trayectoria. De aquel momento, solo recuerdo a mi amiga gritando mi nombre y el ruido atronador del golpe. Fue como chocar contra un muro de contención. Y es que, mi pobre coche frenó contra un turismo que pesaba 3.500 kilos…
Cuando todo se tranquilizó, y pude reaccionar, lo primero que hice fue preguntarle a Sheyla si estaba bien. Me dijo que sí. El motor empezaba a echar humo como una locomotora, así que sólo atiné a quitar las llaves del contacto y gritarle a mi amiga que saliera del coche. Y es que las películas de acción han hecho mucho daño…
Mi primera reacción fue ir hacia el otro conductor y gritarle “¿en qué coño estabas pensando? ¡Mira lo que le has hecho a mi coche!”, pero daba igual lo que le gritara, era inglés y no me entendía… En ese momento aún no era ni consciente de lo que había pasado, sólo pensaba en que aquel guiri imprudente me había destrozado el Peugeot que aún estaba pagando.
En unos segundos, empezaron a parar coches y más coches. Tengo que reconocer que en ese momento aprendí que la gente es mucho más solidaria de lo que realmente aparenta. Algunas personas se acercaron a la gasolinera más próxima para traernos agua, otros, colocaron los triángulos de seguridad en la calzada… todo el mundo estaba pendiente de nosotros.
Momentos después empezó a aparecer la Guardia Civil, la familia, los novios, cuñados, amigos… ¡Aquello parecía un bautizo! El único que no aparecía era el intérprete que la policía necesitaba para hablar con el británico.
Poco después, llegó la grúa para llevarse mi coche. Mientras el chico lo enganchaba, yo le decía con guasa “¡lleva cuidado, no me lo ralles!”, y el muchacho miraba lo que quedaba del pobre Peugeot (sin morro –literalmente hablando-, con un faro en el asiento del copiloto y el parachoques en el asiento trasero…), y se partía de risa. Menos mal que tengo un gran sentido del humor…
Finalmente, emprendimos camino hacia el Servicio de Urgencias del Hospital de Elda, escoltados por la mismísima Benemérita...
En unos segundos, empezaron a parar coches y más coches. Tengo que reconocer que en ese momento aprendí que la gente es mucho más solidaria de lo que realmente aparenta. Algunas personas se acercaron a la gasolinera más próxima para traernos agua, otros, colocaron los triángulos de seguridad en la calzada… todo el mundo estaba pendiente de nosotros.
Momentos después empezó a aparecer la Guardia Civil, la familia, los novios, cuñados, amigos… ¡Aquello parecía un bautizo! El único que no aparecía era el intérprete que la policía necesitaba para hablar con el británico.
Poco después, llegó la grúa para llevarse mi coche. Mientras el chico lo enganchaba, yo le decía con guasa “¡lleva cuidado, no me lo ralles!”, y el muchacho miraba lo que quedaba del pobre Peugeot (sin morro –literalmente hablando-, con un faro en el asiento del copiloto y el parachoques en el asiento trasero…), y se partía de risa. Menos mal que tengo un gran sentido del humor…
Finalmente, emprendimos camino hacia el Servicio de Urgencias del Hospital de Elda, escoltados por la mismísima Benemérita...
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